La chica que se abraza al presidente -cuya identidad se desconoce- nos sirve para confirmar lo que siempre se ha dicho del Sánchez previo a escalar en el aparato del PSOE y ennoviarse con la legítima, a saber: que era un bala perdida, un ligón, un experto en chapar garitos. Ahora se le acusa de traidor, y el reproche es más grave porque Sánchez fue uno de los nuestros: un bon vivant, un despreocupado del futuro que no atendía a alarmismos ni a lo políticamente correcto, sino que confiaba en el efecto balsámico del ron con cola mientras en el chiringuito sonaba Song 2 de Blur.